Por supuesto que los árbitros influyen en el resultado de un partido y que, como personas que son, tienen filias y fobias, manías y gestos, y que pueden estar influenciados a su vez. Quien piense en ellos como en una entidad que funciona como un robot sin sentimientos se miente a si mismo o quiere engañar a los demás. Y esto lo sabe cualquiera que haya arbitrado, no puedo decir más. Pero tampoco hay que darles la dimensión demoníaca que a veces es tan útil cuando de tapar errores se trata. Suponen un factor más del juego como la climatología, el estado del césped, la moral de los jugadores o la sapiencia del entrenador. Ni más ni menos, aunque el estado de la polémica arbitral en los campeonatos de este país sirva de excusa para justificarse y en especial a los futbolistas que no dejan pasar motivo en forma de lesión, camiseta, botas o nubes para hacerse las víctimas.
Cuando un futbolista tiene sobre sí una tarjeta amarilla lo que debe tener en cuenta es que la concentración debe ser máxima para evitar la segunda amonestación lo que le llevaría a no cometer ni siquiera faltas, mucho menos que sean excesivas hasta el punto de poner en un apuro al árbitro pensando, a su vez, en aquel partido en el que hubo también expulsados y como si nos debiera algo. Los jugadores están tentados muchas veces de arriesgar de esta manera abusando de la previsible excusa que luego pueden exhibir cuando en el fondo es una cuestión mental: el árbitro es un factor más, una variable que se escapa al control de los contendientes.
Lo ocurrido en el partido entre Almería y Xerez, con cinco expulsados de campo más el entrenador jerecista, debería suponer que el colegiado no volviera a arbitrar en una larga temporada puesto que él también tiene su parte de culpa y no se dio cuenta que se le iba de las manos lo que debiera ser un espectáculo. A base de tarjetas no se arreglan las cosas y siendo más chulo que nadie tampoco. Un buen árbitro interviene lo justo y se le olvida rápido. Este no será el caso.
Quizá para otro partido los protagonistas hayan aprendido que todos tienen su parte de culpa. Cualquiera que haya jugado lo sabe. Y no puedo decir más.