El fútbol mantiene una justicia absoluta con aquellos futbolistas que inevitablemente pasarán a formar parte de la historia de sus clubes. Están por encima del «bien y el mal» y son absolutamente inmunes a las rachas deportivas, los caprichos de la grada o los del entrenador de turno. Sólo entienden de trabajo diario y sacrificio constante.
Lo digo por el portero cadista Armando, que en el choque estelar de esta jornada frente al Real Murcia le detuvo un penalti (cometido sobre el canterano Tato) en los últimos minutos al pimentonero Abel, dejando el empate como resultado definitivo (1-1). Armando lleva nueve años en el Carranza y sea cual sea su compañero en la portería, siempre acaba apareciendo como ese tipo de jugador imprescindible en el campo y en el vestuario.
A sus 35 años, le tocará compartir portería con el guardameta Alejandro Limia Rodríguez, que llegó para jugar la pasada campaña en Primera procedente del Arsenal argentino. Y hoy de nuevo ha demostrado que en un Cádiz en el que no se deja de hablar (con justicia) del argentino Lucas Lobos, el paraguayo Javier Acuña, el «Cacique» Medina, el incansable Sesma o el ex de la Real De Paula, el guardameta vizcaíno sigue siendo un lujo para el Cádiz.